A continuación expondremos de un manera breve una síntesis
de la encíclica Ut unum sint escrita
por el entonces Papa, san Juan Pablo II en el año 1995[1].
Esta encíclica tratará el ecumenismo teniendo como texto base el decreto del
Concilio Vaticano II, Unitatis
redintegratio, pudiendo ser, a mi juicio y sin pretensión de acotarla o
reducirla, un comentario actualizado de este decreto.
Con esta síntesis no recojo todas las ideas que en la
encíclica se exponen sino un repaso de las ideas que a mi juicio son recalcables,
sea por su vigencia teológica y pastoral o porque me haya llamado la atención.
El Santo Padre ve con optimismo los pasos que se van dando
en los diálogos bilaterales con las distintas confesiones. Un ejemplo de ello
lo vemos cuando muestra la situación de las relaciones de las distintas
Iglesias y Comunidades eclesiales de Oriente y Occidente. Por un lado, vemos
que la Iglesia católica valora la rica tradición de las iglesias orientales y
la celebración de los sacramentos. Sin embargo, se sabe que no va a ser fácil
la unidad después de más de mil años de división. También se dirige a las
antiguas iglesias de oriente como las que surgieron después de los concilios de
Éfeso y Calcedonia. Por otro lado, las iglesias y comunidad eclesiales de
Occidente, herederas de la Reforma, se tienen en cuentas las grandes
divergencias en cuestión de sacramentos y, en concreto, del ministerio ordenado
y la Eucaristía. Sin embargo, el Papa apunta la creación en 1964 del Cuerpo
Mixto de trabajo con el Consejo Ecuménico de las Iglesias que ha dado lugar a
un diálogo fecundo y rico entre ambas confesiones.
El documento parte de una urgencia del ecumenismo debido a
una motivación misionera y por el testimonio de miles de mártires (sobre todo
en la actualidad) donde compartimos muchos mártires y santos. La división es un
escándalo, la unidad es una categoría esencial de la Iglesia, constituidas por
vínculos de fe, sacramentos y comunión jerárquica, todo esto dado por el
Espíritu Santo.
Hablará también del compromiso ecuménico que es la
conversión de los corazones (personal y comunitario) y la oración. Por ello se
requiere el “diálogo de conversión” como fundamento del diálogo ecuménico y
consiste en reconocer sus propias faltas, confesar sus culpas y trabajar
juntos.
El Santo Padre concebirá el Movimiento Ecuménico como un movimiento de distintas confesiones
que pretende el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los
bautizados, “sin imponer cargas a nadie”.
Podemos hablar de frutos ecuménicos en dos lugares teológicos
esenciales para cualquier comunidad cristiana: la Palabra de Dios y la
liturgia. Por una parte, se han editado traducciones ecuménicas de la Biblia y,
por otra parte, en lo que a la liturgia se refiere, se ha renovado el culto y
se toma en cuenta la communicatio in
sacris.
Dicho esto debemos apuntas que el diálogo ecuménico no es
solo doctrinal sino de amor, es decir, requiere un reconocimiento mutuo. Además
del debate teológico también ha habido
encuentros de oración y colaboración prácticas. “Las visitas pastorales tienen
una prioridad ecuménica”.
Sin embargo, san Juan Pablo II recuerda algunos puntos en
los que seguir profundizando y avanzando juntos por el camino del ecumenismo.
Estos son la relación entre la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia;
la Eucaristía como sacramento; el Orden como sacramento que incluye el
episcopal, presbiterado y diaconado; el Magisterio confiado al Papa y a los
Obispos en comunión con él y la virginidad de María, la Madre de Dios.
Me gustaría subrayar los números de 91-96 que hablan sobre
la legitimidad del Primado de Pedro. El Papa es un sujeto que segura la unidad
y también suscita división para algunas Iglesias y comunidades eclesiales, por
ello pide perdón. Se remonta a la figura de Pedro y el encargo que le da Jesús
(Mt 16, 17-19) aun su debilidad.
Por último, el Santo Padre exhorta a los Obispos a
promover la unida y pedir al ES el
espíritu de oración, acción de gracias y esperanza.
El texto busca ser una fiel lectura de Unitatis redintegratio, no diremos que es un comentario a este
decreto pero si es cierto que parte de allí para leer todos los avances y
valorar todos los frutos que se han cosechado desde su publicación en los años
sesenta hasta mediados de los noventa, a las puertas del jubileo del 2000.
Es un texto que mira con orgullo el presente y con
optimismo y esperanza el futuro. Un texto que ansía la unidad y de verdad cree
que es posible. Un documento para todos aquellos que aún no se han convencido
de que el ecumenismo no es un accidente, un añadido, una “pastoral” de la
Iglesia Católica u otras confesiones sino que es una actividad que parte de una
categoría esencial de la Iglesia: la unidad, una unidad que es a su vez un
imperativo en boca de Jesucristo: ¡Qué todos sean uno! Ut unum sint (Jn 17,
21).
[1] Hay que apuntar que esta
encíclica (25 de mayo de 1995) fue publicada pocos días después su Carta
Apostólica Orientale lumen, con
ocasión del centenario de la Orientalium
Dignitas del Papa León XIII (2 de mayo de 1995). Ver San Juan Pablo II, Documentos sobre el ecumenismo: Encíclica Ut
unum sint y Carta Apostólica Orientale lumen, Ed. Palabra, Madrid, 1995.